Los nacionales de un país medio acomodado cualquiera, (ya sean europeos, canadienses, japoneses o norteamericanos) no somos especialmente racistas. Somos “pobrófobos”. No tenemos nada en contra del deportista de élite africano, del as del fútbol sudamericano, de la top model somalí o del jeque árabe. Ahora bien, alguien de su misma etnia pero sin glamour nos parece una amenaza a la estabilidad y a la seguridad.
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