La tradición de hacer alcoholes en las cárceles debe ser tan antigua como el sistema penitenciario mismo, es de suponer. En ciertos ambientes privados de libertad, de hecho, se consideraba un insulto rechazar el ofrecimiento de alguna de esta clase de rústicos tragos; algo que sólo haría un primerizo. Es difícil no suponer, entonces, que un alcohólico no ponga todo su esfuerzo y creatividad en conseguir la bebida de sus alegrías y tormentos con lo que tenga a mano, incluso en la mazmorra o el calabozo más oscuro.
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