Todavía recuerdo el gran temor que supuso para mis padres que declarase, allá por tercero de la ESO, que yo quería estudiar arqueología (o paleontología en su defecto). Tras mucha insistencia acabaron convenciéndome de que hiciera “ciencias”. Uno de los argumentos que se repetía hasta la saciedad era el del empleo: “Con una carrera de letras sólo vas a poder trabajar de profesor”, “No vas a encontrar nunca trabajo con las letras”.
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