Por fin Nicolas Sarkozy acabó comprendiendo ayer, con la lectura del semanario Marianne, por qué hace cuatro años la lunática Carla Bruni, amante de músicos locos y melenudos, se había quedado prendada inexplicablemente de él, de sus trajes grises rígidos y de su peinado remilgado. El semanario reveló que Bruni ha utilizado una fundación, su cargo de embajadora simbólica de la ONU y su boda con el Elíseo para obtener 3,5 millones de dólares (2,7 millones de euros) de fondos públicos multilaterales, directos al bolsillo de un amigo íntimo suyo.
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