Prattis distribuía la comida en su garaje, a donde acudían unos 60 niños cinco días en la semana. La Archidiócesis de Filadelfia suministraba la comida y controlaba el programa, ya que Prattis le presentaba informes semanales. Cuando la alcaldía de la localidad se enteró de su labor, decretó que para ello Prattis debía de obtener un permiso para repartir comida o bien pagar una multa de 600 dólares por cada día de caridad. Dado que su labor de beneficencia duró tres meses, dicha multa ascendería a más de 50.000 dólares.
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