El diagnóstico está claro, Japón es hoy el enfermo de los países desarrollados. La segunda potencia económica del mundo se halla sumida en una profunda recesión y la debilidad del Gobierno que dirige el primer ministro Taro Aso le impide impulsar cualquier iniciativa legislativa. Una situación que podría desembocar en la mayor reestructuración del panorama político del país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tras las elecciones legislativas que deberían celebrarse en octubre como muy tarde.
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