Cuentan algunos compañeros de clase que Thomas no solía hablar de política. No habría sido habitual en él un discurso extremista, ningún precedente llamativo que se irguiese como antesala del estallido. Sí cuentan que sufría acoso, mucho y diario. Se reían de él, comía solo en el instituto y vivía aislado. La progresión de su extremismo pasó desapercibida. Ni la ideología ni el bullying justifican la violencia, pero sí pueden ayudarnos a explicarla.
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