En 1915 los militares británicos notaron algo preocupante. Un número inusualmente grande de soldados recién reclutados estaban desarrollando infecciones de ántrax en sus cabezas y cuellos. Al principio, el brote, que afectó a los soldados británicos y estadounidenses, fue atribuido a "tácticas diabólicas del enemigo". Pero la guerra biológica no fue el culpable. Eran las brochas de afeitar que los soldados recibían al inscribirse, porque un rostro afeitado haría más efectiva la máscara de gas.
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