«A mediados de los años 60, Bobby Fischer apenas se dejaba ver en la alta competición. Aparecía en dos o tres torneos al año; a veces, ni eso. Parecía enfrascado en una competición paralela donde no solamente los demás ajedrecistas eran sus rivales, sino en la que también tenía que combatir a los organizadores de los torneos, a los periodistas... Aunque la mayoría de los observadores atribuyeron la actitud contestataria de Bobby a una comprensible fogosidad juvenil, otros ya empezaban a imaginar que Fischer sencillamente era así»
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