Subo al taxi murmurando un buenas noches. La voz del taxista, sin girar la cabeza, me contesta en tono cariñoso “claro, mami”. “¿Perdón?”, respondo. El conductor gira levemente su cuello y señala su oído, con sonrisa pícara. Entiendo que no me ha escuchado y repito “buenas noches”. Y él: “eso es lo que me enamoró de usted, mami”. Esto último ya no puedo (ni quiero) interpretarlo y alzo la voz: “¿perdone, qué me ha dicho?”. El taxista gira más la cabeza y vuelve a señalarse la oreja.
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