Desde el día de su inauguración, las ventanas del gimnasio de mi barrio han servido de punto de encuentro para los vecinos. Están a pie de calle, son grandes y en sus anchas repisas nos hemos sentado muchos de nosotros a lo largo de estos años, sobre todo los paquistaníes que viven en las calles aledañas. Digo «nos hemos sentado», así en pretérito perfecto, porque desde que el ayuntamiento de Barcelona instaló en ellas unas placas metálicas muy grandes, allí ya no se sienta nadie. Se acabaron las reuniones y las charlas improvisadas. «¡Circulen
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