Rondaban los años cincuenta y sesenta cuando siendo unos chavales, con apenas catorce años, comenzaban a trabajar como aprendices en la empresa, donde estuvieron en contacto con el amianto durante 38, 45 y 33 años, respectivamente. A pesar de padecer asbestosis, serios problemas respiratorios y de cruzar los dedos cada vez que se someten a un control sanitario para que el médico no pronuncie la temida palabra cáncer, los tres aseguran que siguen siendo afortunados, pues a diferencia de muchos compañeros, ellos aún pueden contar su historia.
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