A Jose Mari Aznar lo tienen encerrado en un sótano de FAES lo mismo que a uno de esos pepinos atómicos de la Guerra Fría o que al sargento de artillería Highway, a quien uno de sus comandantes le decía: "Debería estar en una urna con una etiqueta que advirtiera: abrir sólo en caso de guerra". De vez en cuando, alguno de los fontaneros de Génova se acerca hasta su sarcófago y, santiguándose mucho, abre la caja de los truenos con el mismo temor reverencial con que los griegos consultaban el oráculo.
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