¿Cómo era posible que un niño sin formación militar pudiese causar pavor a hombres curtidos en la contienda y protegidos por un carro de combate de entre treinta y cuarenta toneladas? El secreto se llamaba Panzerfaust (o «puño acorazado» por estos lares), un lanzagranadas de infantería barato, desechable y fácil de utilizar que se convirtió en el terror de los tanques aliados, tanto occidentales como soviéticos, en su avance hacia el corazón del Tercer Reich.
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