La historia está plagada de abundantes casos de «ventilación» pública de papeles confidenciales, de los que ponen en verdaderos aprietos a gobiernos poderosos, mucho antes de Wikileaks. No se puede decir que la memoria haya tratado bien a estos personajes que un buen día, por motivos diversos, deciden convertirse en traidores, agentes dobles, chaqueteros y vendepatrias. El mayor y más escabroso ejemplo en la inapreciable historia de España tuvo un protagonista de altos vuelos: nada menos que Antonio Pérez, secretario de Felipe II.
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