Silverio admite los hechos ante el juez pero alega que, para él y para Dios, la vida de un bebé no empieza ya en el zigoto, ni en la eyaculación, ni siquiera en el momento de «tren entrando en túnel», sino en la erección. Como la que Betty le causó («a propósito, la muy buscona», añade) cuando se le restregó con la excusa de alcanzar una pajita.
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