Los marineros ingleses siguen protestando. El dueño del megayate, un fulano gordo con el pelo blanco, su señora –supongo– y dos criaturas jóvenes se han asomado a ver qué pasa. Y todo el grupo, dueño, familia, marineros, increpa desde la borda al español, que pegado a ellos, erguido en la popa de su lanchilla, impávido mientras su legítima abre los tuperwares y reparte bocadillos a la familia, se rasca los huevos con una mano y bebe cerveza con la otra mientras les dice a los súbditos de Su Majestad que no con la cabeza. «Que no, tíos. Que vais
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