Tres años de travesía agónica por los tribunales y una sensación de «desesperación absoluta, de darme contra las paredes, de seguir muerta de miedo. ¿Es que me tienen que matar para que me crean? Aguanté sus vejaciones, su control... Y ahora un juez me quita a mi hijo de cuatro años y me obliga a entregárselo a su padre, que es un mando intermedio de la Policía Local de València, a solas, en su casa. ¿Qué quieren? ¿Que me pegue un tiro? ¿Es eso lo que necesitan».
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