Existe una pista de aterrizaje en las montañas de Nueva Guinea que sirve como lugar de culto para una tribu. Allí los indígenas montan guardia las veinticuatro horas del día y por la noche encienden una hoguera bien visible para que el avión que esperan pueda aterrizar. Pero lo que no saben es que, probablemente, ese avión nunca llegará. Ajenos a esa realidad, los nativos construyeron un avión de paja y madera al que hacen ofrendas. Y a lo largo de sus jornadas, los guardias creen enviar mensajes a través de una radio hecha de latas.
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