Hace unos meses, acostumbrados a las periódicas sacudidas informativas relacionadas con una crisis que ya entonces amenazaba con convertirse en endémica, un nuevo titular económico nos volvía a conmocionar: Grecia se declaraba en bancarrota y solicitaba formalmente ser rescatada para evitar el colapso de la nación. El alto caudal simbólico que se escondía detrás de la noticia abrumaba a todos aquellos que se atrevían a hacer un análisis un poco más profundo de la misma. El capitalismo había conducido a la ruina al país que inventó la democracia
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