El fervor con el que China vira hacia las baterías tiene mucho que ver con el carbón: quema más que nunca, la mitad de lo que consume el mundo, y tiene las terceras reservas. Reduce así su dependencia del petróleo. El mundo quema más carbón que nunca y no para calentarse, sino para cargar las baterías de los móviles, tabletas, nutrir a los centros de datos mundiales, los superordenadores que controlan las redes sociales y, cómo no, para que los coches eléctricos «reposten».