En todas las épocas, la prostitución ha estado marcada por una simbología prohibida, algo a medio camino entre la atracción y la repulsión, para servir de reclamo a clientes y ahuyentar a soplones y policías. O como medio de autoayuda entre prostitutas ante el riesgo de violencia. También para los travestis, que usaban antifaces y disfraces mientras se prostituían, debiendo ocultar su identidad ante el riesgo de ser detenidos.
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