Nada de extraño habría en que cualquier persona subiera a un taxi y pidiera al conductor que le llevase a Madrid. El viaje sería más o menos largo y costoso según se estuviese en Cuenca o en La Coruña, pero aparte esa circunstancia, todo parecería una situación normal. Pero no nos sonaría tan corriente si esa misma frase la pronunciara una persona que estuviese visitando Samarcanda. ¿A quién se le puede ocurrir coger un taxi para ir a Madrid desde una ciudad que está a casi cinco mil kilómetros de distancia?
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