Enterrado en una tumba de un cementerio sin pompa, sirviendo de almohada a una adolescente muerta dieciséis siglos atrás, yacía (se suponía que para siempre) un libro de salmos. Pero no cualquier libro de salmos: el Libro de Salmos. El libro encuadernado más antiguo del que tengamos constancia, cuatrocientas noventa páginas de pergamino encuadernadas con cubiertas de madera sujetas con cuero, escrito a mano en dialecto copto con caracteres del griego antiguo que se completan con siete jeroglíficos del periodo tardío del antiguo Egipto.
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