El antiguo impulso de concebirnos como propietarios del suelo que pisamos y de cuanto nos rodea ha terminado por desvencijar el mundo, que se ha poblado de terratenientes y de gentes que no saben vivir sin adueñarse. Aprender que nada nos pertenece, asumir que nada es nuestro, es una escuela tan liberadora y sustancial que a partir de cierta edad deberíamos formar parte de su alumnado.
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