Si revisamos las correrías de Julio César a mediados del siglo I a. de C., recordaremos que el ambicioso general expandió el territorio de la entonces todavía aunque moribunda República hasta abarcar casi todo lo que ahora llamamos Francia y partes de Bélgica. Roma crecía, y lo hacían igualmente sus fronteras, pero esta vez los nuevos territorios ya no estaban protegidos por los Alpes o los Pirineos, ni por la seguridad de los mares. No, esta vez los vecinos eran más incómodos, y más peligrosos, y era necesario protegerse de ellos...