Las brujas y los akelarres de Zugarramurdi fueron un invento de la Inquisición. O mejor, de los inquisidores y jueces que obligaron a sus víctimas a declarar su participación en rituales demasiado sofisticados para los acusados, campesinos del norte de Navarra que como mucho se reunieron alguna noche para beber alcohol y quizás tomar algún alucinógeno. Porque herbolarias y curanderos sí que hubo. Pero nada más. Este es el planteamiento que el antropólogo José Dueso desarrolla en su último libro, "Historia y leyenda de las brujas".
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