Yo tampoco habría socorrido a René Robert, el fotógrafo francés que ha muerto congelado en una calle de París tras pasar nueve horas tirado en el suelo sin poder moverse. Habría pasado a su lado apartando la mirada, como si no existiera, como tantas otras veces en tantas otras ciudades. Lo habría dejado allí, tirado, por muy centro de París que fuera y muy concurrida la hora de la noche, llena de bullicio. No me quiero considerar mejor persona que los cientos -quizá miles- de parisinos y turistas que hicieron precisamente eso, ignorarle,
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