Es lo más habitual: el guionista empieza la película y el músico la termina. Cuando nosotros entramos en el proyecto, éste consiste en una página en blanco; cuando el compositor graba su banda sonora, tan sólo queda mezclar las pistas para que la primera copia de la película certifique su nacimiento. Cada uno a su manera, son dos auténticos partos. Y aunque músicos y guionistas rara vez coinciden, aunque no se vean las caras pese a trabajar en el mismo proyecto, algo nos hermana laboralmente: al productor le duele pagarnos.
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