Ninguna familia de la España profunda de mediados del siglo xx estaría interesada en ‘agua viva’, sin tratar, pues muchas habían sufrido la pérdida de seres queridos por culpa del agua contaminada. Pocos protestaban ante las campañas de vacunación, pues conocían los estragos de la viruela, la tuberculosis o la polio. A nadie le molestaban los métodos de agricultura industrial que aumentaban las cosechas y reducían las hambrunas porque sabían lo que era no tener qué comer. Y el médico tendía a ser respetado como un representante de la divinidad.
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