La primera vez que entré en un monstruomercado de electrónica fue allá por octubre de 2011, pocas semanas después de llegar a Wuhan, la capital frustrada de China Central. El pequeño móvil que me compré junto con mi primera tarjeta sim dejó de recibir llamadas y mi mujer (novia entonces), incapaz de concebir una vida sin cobertura, me llevó a empujones a comprar uno nuevo. Yo no tenía ni idea de qué tipo de teléfono necesitaba, lo cual fue todo un error, porque en estos lugares existe un verdadero riesgo de acabar apabullado.
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