(...) Todo esto ha provocado la existencia de movimientos pseudocientíficos que situándose en el extremo del absurdo, afirman que no existen los virus malos. Que en realidad todos son inofensivos o beneficiosos y que las enfermedades que atribuimos a estos agentes infecciosos son en realidad producto del estrés, la energía negativa, las experiencias traumáticas infantiles o los malos actos realizados en vidas pasadas, dependiendo de la variante de conspiranoicos con la que nos encontremos.
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