30 de enero de 1968. El soldado Vicente Ródenas esperaba en la cárcel de Valencia su ejecución. Se le conduciría ante un pelotón de fusilamiento, como dictaba la sentencia del 17 de enero de 1968 del consejo de guerra al que fue sometido. Tuvo suerte, el fusilamiento era un beneficio que estaba reservado para los militares; si hubiera sido un civil su vida hubiera terminado en el garrote vil. Esa noche le indultaron la pena de muerte, aunque hasta 1984 no abandonó la cárcel.
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