Cuatro mil años atrás, un terrible seísmo empujó las aguas del Mediterráneo sobre la ciudad portuaria de Pavlopetri, anegó sus calles, inundó sus campos, arrastró los puestos del mercado y las telas y los telares y las barquitas de los pescadores y enterró bajo las finas arenas de la costa de Laconia el barullo de una urbe. O tal vez no. Tal vez las aguas fueron llegando lentamente, subiendo de a poquito, dando tiempo a sus habitantes a resignarse incluso en su búsqueda de una nueva ubicación.
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