Desde que fue nombrada ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde ha ocupado sistemáticamente el último puesto de entre sus pares en la valoración de los ciudadanos en una lista en la que estaban Moratinos, Pajín, Aído y tantos otros y otras. Asomarse al final de su mandato produce vértigo y también algo de incomprensión. Autora de la ley que lleva su nombre, que eso siempre da mal fario (Ley Sinde, Plan Ibarretxe) acepta como la cosa más normal del mundo que el Gobierno del que ella forma parte deje sin aprobar el reglamenta que la desarrolla
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