Mi madre pertenece a la generación que migró del pueblo a la urbe allá por los sesenta, fenómeno conocido en algunos lugares de Aragón como la espantá. Trabajó “sirviendo”, como muchas mujeres, y empezó cuando era menor de edad. “Vaya, niñas que éramos!”, dice. Se casó y “dejó de trabajar” para ser ama de casa durante unos años. Tuvo que buscar un segundo trabajo, esta vez como empleada de la limpieza. Y se separó de su marido.
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