Verde beso

Bailaba la hoja de parra, cimbreando su verdor en la brisa tibia. Su cuerpo, tenso de savia, se ofrecía al sol como un poema desplegado. No temía al viento ni al agua, solo a la sombra que, sin ruido, llegaba.

Y llegó.

Era un susurro en la nervadura, un aliento oscuro que se enroscó en su piel con la ternura de un amante hambriento. No mordió ni hirió, solo se posó. Un roce apenas, un beso clandestino.

Pero el beso ardía.

La hoja quiso temblar, pero su danza se volvió espasmo. Sus venas, otrora ríos de jade, se llenaron de sombras. Su pulso lento se rindió a la invasión callada.

El sol siguió ardiendo, indiferente al efímero contacto.

Y un día, la hoja cayó, cediendo al peso de aquel beso verde que no era amor, sino condena.