A estas alturas de la catástrofe, quedan pocas alternativas para salvar lo que queda de Doñana. La solución pasa por reducir a la mitad las extracciones de los acuíferos y pozos de aguas subterráneas. Es decir, frenar la sobreexplotación. Un estudio del Instituto Geográfico y Minero ha analizado la evolución de las precipitaciones en Doñana de 1975 a 2017 y concluye que no ha habido una disminución relevante de la lluvia que pueda explicar la agonía de los corrientes de agua subterránea: el problema es la extracción de agua para el regadío.
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