Las ciudades son terribles: algunas de las menos atractivas del continente, y no sólo Magaluf, Marbella o Alicante. Las que tienen clase también son raras y tristes: la tan alabada Ronda me deprime, recordándome el fin del mundo con su peligroso abismo; mis viajes a Sevilla, Granada y Córdoba de niña se vieron empañados por el hedor de las alcantarillas en todas las habitaciones en las que dormíamos. Las horneadas y aburridas avenidas de Madrid, la interminable e infructuosa búsqueda del mejor lugar para los embutidos, las florituras...
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