Sin pretender ser oráculos ni visionarios, cuando se inauguró la existencia de los dominios .xxx -ideados con la finalidad de segmentar y ordenar los sitios de contenido pornográfico o “para adultos”- sonaba lógico que las marcas quisieran comprar todas las nomenclaturas que pudiesen ser asociadas a sus marcas y utilizadas para fines de difusión de material sexual. Pues bien, colegios y universidades estadounidenses, como las de Missouri y Washington, partieron en masa a adueñarse de los que pudieran relacionarse con ellos.
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