Lo que hace unos años parecía un negocio seguro, subvencionado y con la valorada etiqueta de “bajo en emisiones contaminantes”, es ahora una industria polémica, en riesgo de extinción, que no sabe a qué norma atenerse. En poco más de diez años, el sector de los biocarburantes ha pasado de ser una apuesta inversora de grandes compañías (Cepsa, Abengoa, Acciona o Ebro Puleva) a un rosario de plantas cerradas
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