Me cuenta una compañera de trabajo entre risas el sofoco que se ha llevado su hijo de diez años cuando se le ha declarado un amigo de la pandilla del colegio. Ha sido algo como “me gusta tu sonrisa, me gusta como te ríes… bueno, me gustas tú”. El chaval, que si hay que hacer caso a su madre es de natural tímido, no sabía donde meterse pero le ha explicado de buenas maneras “que el no es gay”, y luego toda la pandilla (parece que lo sabían todos) se ha ido a jugar al baloncesto. Me da vértigo ver todo lo que ha avanzado la sociedad en unos años.
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