La crisis económica actual y la pérdida de autoridad de la política ante los poderes financieros han acentuado el descrédito de los partidos tradicionales. Resulta lógico que una situación empantanada, en la que sólo brilla el parpadeo oscuro de la corrupción y la demagogia sectaria en las discusiones sobre la justicia, los impuestos o las relaciones internacionales, llegue a cansar a los ciudadanos. Nada más necesario que un deseo de renovación democrática.
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