Para griegos y romanos era un deber ineludible enterrar a los muertos ya que las almas que no recibían sepultura estaban condenadas a vagar eternamente. El castigo de la crucifixión, ese auténtico terrorismo de Estado que se generalizó en todo el Imperio Romano, aunque parece que sus orígenes son más antiguos y que ya la practicaron asirios y persas, tenía una segunda parte para escarmiento de familiares y amigos, la negación del entierro y, en ocasiones, los soldados romanos vigilaban la cruz para que no se robara el cuerpo.
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