A los que se pasan las horas con la nariz metida entre los libros se los suele llamar ratón de biblioteca. Y en efecto, el apodo no es del todo incorrecto ya que estos edificios -los antiguos al menos- con sus oscuros laberintos, repletos de libros hasta el techo e impregnados de olor a humedad y papel viejo, suelen albergar a algún que otro roedor.
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