Corría el año 2012. La crisis económica derivada de la gran recesión hacía estragos en Europa. Las movilizaciones populares en España (15M y huelga general de marzo del 2012) y las violentas protestas en Grecia habían contagiado al conjunto del mundo occidental. Llegaron hasta el corazón del imperio: en Nueva York, la ciudadanía se manifestaba en Wall Street a través de Occupy. No había rastro de la ultraderecha en ninguna parte. Ni siquiera en Francia una primeriza Le Pen lograba pasar a segunda vuelta de las presidenciales
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