En la prisión de Alicante, al líder de Falange le inyectaron una dosis para afrontar los fusiles, una costumbre que se extendió en la contienda con el miedo y la desesperación. Cuando el tribunal popular de la II República dictó la sentencia de muerte, José Antonio Primo de Rivera sufrió una crisis de nervios. Las brillantes argumentaciones, las palabras de concordia y hasta la negociación no habían servido de nada: lo iban a matar y el líder de Falange se desmoronó con el veredicto. No sería la última vez. En la crónica de sus últimas horas,…
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