Mientras estaba finalizando una reunión para discutir sobre sanciones a Venezuela, en agosto del año pasado, en el Salón Oval, el presidente Donald Trump se dirigió a sus asesores más importantes y les formuló una pregunta inquietante: Con una Venezuela que se derrumba rápidamente y que amenaza la seguridad de la región, ¿por qué EE.UU. no puede simplemente invadir esa economía complicada? Sus consejeros quedaron perplejos. Y tuvieron que explicarle, por turnos, por qué no era una buena idea. El presidente sin embargo insistió.
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