En lo que puede considerarse un triunfo de la sociedad civil, el Kremlin abandonó su actitud intolerante y suspendió la tala del bosque de Jimki, en las afueras de esta capital, el tramo más polémico de la autopista de peaje en construcción entre Moscú y San Petersburgo. Los activistas, con el apoyo de numerosos habitantes de Jimki y luego de la oposición no parlamentaria, instalaron un campamento en el bosque y, mediante plantones día y noche, lograron varias veces detener que las máquinas derribaran los árboles pese a la violencia.
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