Un mediodía laborable cualquiera, en especial si es soleado, pueden contarse hasta seis grupos de trileros en La Rambla barcelonesa. Son una estampa ya tan típica y antigua como las estatuas humanas o las terrazas con sangría low cost, pero su actividad está claramente tipificada como estafa por la Ordenanza de Convivencia. ¿Cómo pueden perpetuarse, pues, con impunidad?
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